Queridos hermanos y hermanas,

Hemos caminado durante cuarenta días por el desierto de la cuaresma, el desierto de la propia vida, para preparar el corazón a los festejos de la Pascua, de la alegría de la Vida que vence en Cristo Resucitado. Estos días santos que nos disponemos a celebrar, son el corazón del año litúrgico, es el tiempo más importante que tenemos los cristianos, en el que somos abrazados por la luz del Resucitado.

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Como comunidad estamos llamados a reunirnos -este año presencialmente- para celebrar nuestra fe, para seguir construyendo comunidad, para hacernos anunciadores de un mensaje de esperanza y de consuelo: ¡El Señor nos ama, nos perdona, nos redime! Es Jesús, el Resucitado que viene a hacer fiesta con nosotros, viene a despertarnos de nuestro letargo, viene a hacernos conscientes de su presencia salvadora en nuestra vida cotidiana.

La Pascua de Cristo es nuestra Pascua, también nosotros estamos invitados a “hacer pascua” y a “dar el paso”… El paso de la tristeza a la alegría, el paso de la indiferencia a la misericordia, el paso del individualismo a la comunidad, el paso de la prepotencia a la humildad, el paso de la violencia al diálogo…

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Celebrar Pascua es celebrar que “El Resucitado nos da la certeza de que el bien siempre triunfa sobre el mal, que la vida vence a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de tristeza en tristeza, sino subir a lo alto. El resucitado nos dice: volvamos a comenzar desde donde habíamos empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá de todos los fracasos”.

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Queridos hermanos y hermanas, en Cristo muerto y resucitado hagámonos reflejos de vida, de resurrección, de alegría para ser testimonios creíbles de la fe que profesamos.

Queridos jóvenes no se avergüencen de vivir su fe en medio de las tareas cotidianas y no tengan miedo de abrir sus vidas a Cristo. Queridos padres y madres de familia, formemos buenos cristianos y honestos ciudadanos cimentando la vida familiar en la sólida roca que es Jesucristo. Queridos adultos mayores continúen orando por la Iglesia y su misión evangelizadora. Querida Comunidad parroquial, no nos cansemos de pedir incesantemente a Dios para que nunca falten jóvenes que quieran ofrecer sus vidas por el Evangelio y la construcción del Reino consagrando a él sus vidas.

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Que nuestros santos patronos, Santa Filomena, san José, santo Domingo, san Felipe Neri y san Leonardo Murialdo intercedan por cada uno de nosotros y nuestros seres queridos.

Feliz y Santa Pascua de Resurrección.